Boris Doval



UN INFIERNO (dedicado a Boris Doval, 2 de agosto 2005)


Aquella vez, junto a Boris Doval, proyectábamos una nueva revista de literatura en, algo así, como un bar improvisado.
Digo improvisado, porque aquello no era más que una casa vieja y derruida, con el agregado de algunas mesas pequeñas, en la que ahora se vendían bebidas. Los precios eran buenos, eso sí. Y se encontraba en una avenida del conurbano, cerca, tanto de mi casa, como del domicilio de Boris Doval. Y eso era algo extraño realmente, digo que Doval tuviera un domicilio, porque por lo general siempre fue del tipo de sujeto que transforma en cama cualquier sitio donde se acuesta. Existe la posibilidad que todo el planeta no sea otra cosa que su propia habitación y no lo sepamos. El caso es que tanto yo como Boris Doval éramos un par de desocupados más en el Buenos Aires del año dosmil. Y matábamos el tiempo, y el tedio, y las ganas de borrarnos del mapa, proyectando revistas de literatura (junto a otros amigos) que jamás llegaban a nada. Aunque esto último sea el destino común de todas las revistas de literatura del mundo. Pero, bueno, a nosotros nos servía como suelen servir ese tipo de mentiras en las que se prefiere, por una causa u otra, creer. Y nosotros creíamos en la poesía. Y lo que es peor, y digo peor al no encontrar una palabra mejor, creíamos en la "poesía moderna", creíamos en una suerte de militancia, de fundamentalismo por renovar lo que ya fue dicho, creíamos en la exploración y nos sentíamos cazadores o astronautas.
Entonces aquí tienen al gran cazador Boris Doval y al astronauta  Lhooner (yo mismo) en el bar más feo de la zona, bebiendo barato, y charlando sobre el futuro de la poesía y el futuro de los equipos de fútbol pobres en medio de la crisis del país. Dos expertos, algo ebrios, eso sí, dos agudos futurólogos, dos hombres con profundidad en la mirada.
El astronauta Doval: "...hay que ir más lejos, hay que superar en desquicio al surrealismo, es necesario que haya un más allá de lo surreal..."
El cazador Lhooner: "... creo que están perdidos, creo que los equipos pobres incapaces de  pagar la luz deberán jugar los partidos nocturnos a oscuras, y que esta eventualidad, bueno, afecte el sentido del juego mismo, entonces los jugadores ya no verán cerca suyo a sus compañeros, puede que los sientan, como una posibilidad o superstición de ayuda, de relevo, de pase del balón, y serán jugadores solitarios en la oscuridad preguntándose qué carajo están haciendo allí ..."
Y así proseguía este dialogo sin lógica aunque los dos, posiblemente, habláramos de lo mismo.
Luego cambiamos de tema y volcamos nuestra atención al proyecto que nos convocaba, una nueva revista de literatura. Digo una "nueva" porque, en verdad, ya veníamos haciendo una revista llamada "La Bizca". Pero "La Bizca" nos había agotado, o se había agotado ella de nosotros, y entonces nos parecía hora de emprender otro proyecto, que como nuevo sería, al menos, esperanzador. Otra revista de poesía a la que, tiempo después, llamaríamos "Buenos Días Señor Phil".
En algún momento me pareció que en el bar hacía más calor del debido, y aunque era un anochecer caluroso, algo era anormal, como si la temperatura hubiese subido un par de grados en segundos. Acabé mi cerveza y con la mirada busqué el baño. No había ninguna indicación. Sólo una puerta, cerrada con una cortina, pegada a la heladera. Le pregunté al que atendía. Este dudó un poco y al final me dijo que cruzara la cortina y que al llegar al patio doblara a izquierda. Después se excusó diciendo que habían abierto el bar hacía poco y que todavía lo estaban refaccionando. Pero que, bueno, si quería usar el baño adelante...
Dejé a Doval leyendo mi último poema y crucé la cortina. Al llegar al patio tuve una imagen maravillosa. Maravillosa y a pura fuerza, incomprensible. El patio no media más de tres metros por tres metros y en un rincón ardía la fogata más alta que vi en mi vida. Puedo jurar que en aquel pequeño patio había llamas de por lo menos, diez metros de altura, y a su lado un joven con un palo. Algo así como un domesticador del fuego. El joven tenía el torso desnudo y era medio indio. En la fogata ardían sillones y otras formas que ya no pude reconocer, y un humo negro se mezclaba con el cielo de otra noche bonaerense.
El joven me saludó, como si allí estuviera ocurriendo lo más normal del mundo, y me señaló el baño. Mientras orinaba veía, por la puerta abierta, las llamas. Jamás había meado observando llamas de diez metros de alto. Y vaya uno a saber porqué, me pareció que el fuego estaba con vida. O al menos que estaba tan vivo como el joven indio que lo custodiaba con un palo. Salí del baño y me aproximé al fuego. El indio, que bebía vino de cartón, dijo que estaba quemando basura. Muebles rotos e inservibles. Me convidó un cigarrillo y volví a la mesa.
Al llegar, Doval miraba la avenida. Le quise explicar que en el patio había algo parecido a un infierno, donde un joven indio condenado bebía vino tinto, mientras custodiaba las llamas con un palo en la mano.
Doval dijo que en todos los patios de esta ciudad ardía un infierno. Del indio no dijo nada.
No recuerdo si Doval fue alguna vez al baño aquella noche, y por lo tanto si pudo ver las llamas, lo cierto es que de ese fuego no dijimos nunca más ni una palabra.
Luego de un rato nos fuimos del bar. Caminamos unas cuadras juntos y nos despedimos. Miré a Boris Doval cuando se alejaba tambaleante. Tuve la certeza de que, en efecto, era un astronauta perdido en este planeta. Y yo también debía serlo, o al menos tambaleaba igual que él.
Aquella noche no tuve problemas para dormir. Simplemente apoyé la cabeza en la almohada y cuando abrí los ojos era de día.


L. Lhooner 2 de agosto 2005
















Vídeos de Pablo Pazs




fotografía Murdoxe


Al Poeta, al Astronauta, Al trasgresor, Al amigo Boris Doval, donde este.



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